Mejora de los ensayos clínicos de oftalmología con inteligencia artificial: aplicaciones, beneficios y desafíos
17/12/2024
18/06/2020
En el número anterior (véase revista Barraquer núm. 35) repasamos el reconocimiento de los rostros humanos y la importancia de su orientación, a través de las ilusiones o juegos artísticos que exploraban cómo al invertirlos se producen efectos sorprendentes. Este tipo de ambigüedad se hace extensible a la percepción de figuras de animales.
Desde el punto de vista evolutivo, es evidente que reconocer las especies de nuestro entorno tuvo gran importancia para nuestra supervivencia
La más célebre (y quizás la primera) de este tipo de ilusiones sería el “pato-conejo” de Jastrow, publicada a finales del siglo XIX (figura 1). La sorpresa se produce al comprobar cómo dos especies tan alejadas como un mamífero y un ave pueden llegarse a confundir. Se trata de otro ejemplo de la llamada ambigüedad biestable (como en el cubo de Necker o la copa de Rubin), en la que nuestra percepción salta entre el reconocimiento de una u otra opción, aunque es imposible ver simultáneamente ambas. Este equívoco se mantiene tanto en un dibujo realista, como en el original, así como en representaciones más esquemáticas e incluso con un objeto tridimensional (figura 2). Según orientemos la figura, podemos favorecer una u otra interpretación (figura 3).
Figura 1. El pato-conejo ilusión descrita por el psicólogo americano Joseph Jastrow en 1899, a partir de una figura previamente publicada en la revista humorística alemana Fliegende Blatter con la leyenda: “¿Qué animales se parecen más el uno al otro? Conejo y pato”.
Figura 2. Distintas versiones del pato-conejo. De izquierda a derecha: esquema simplificado del filósofo Ludwig Wittgenstein (1953-1958), esquema con fondo del psicólogo Roger N. Shepars (1990) y construcción “taxidérmica” por Derek Frampton (2008).
Figura 3. Imagen esquemática del pato-conejo (Squido website, 2008) que muestra cómo, al rotarla 45º en uno u otro sentido, la orientación puede favorecer y estabilizar la interpretación en una de las opciones.
Se han ideado múltiples ilusiones de animales con este tipo de ambigüedad biestable. La percepción de una u otra especie animal puede depender de determinada orientación, según las rotemos 90º, 180º, o de otras claves, como la lateralidad, o si la entendemos como un cuerpo entero o sólo una cabeza (figura 4).
Figura 4. Diversas figuras ambiguas de animales. Desde arriba a la izquerda, en sentido horario: rana caballo, reversible por rotación de 90º; cerdo-lechuza, por inversión de 180º; asno-foca (Fisher, 1968), por oposición todo-parte; y ballena-canguro (John F. Kihlstrom, 2006) por selección de lateralidad.
El juego de la ambigüedad por rotación o inversión de figuras animales ha sido también aprovechado por artistas recreativos como el clásico infantail Peter Newell, surrealistas como, de nuevo, Salvador Dalí, o humoristas como Peter Noth (figura 5).
Figura 5. La célebre pintura de Dalí ‘Cisnes reflejados en elefantes’ (1937) (centro) quizás inspirada en una lámina de los libros infantiles ‘Topsys and Turvys’ de P. Newell (c. 1906) (izquierda). A la derecha, viñeta humorística de Paul Noth en la revista New Yorker (c. 2017), con el texto “No habrá paz hasta que renuncien a su Dios Conejo y acepten nuestro Dios Pato”.
La figura del pato-conejo parece indicar que identificamos un animal por la suma de ciertos rasgos o partes reconocibles. En este caso, una de esas partes sería inespecífica (la cabeza peluda y redondeada con un ojo en el centro) y otra puede interpretarse de distintos modos (un pico, unas orejas). Según la que domine entre estas últimas opciones –en función de factores como la orientación, la lateralidad, o según las consideremos un todo o una parte–, percibiremos uno u otro animal. Como ocurriría con los efectos por inversión de caras humanas, en estas ilusiones intervienen otros aspectos de la percepción visual como la “ventaja de la caricatura” o el fenómeno de “inversión diferencial” que comentábamos en el número anterior.
Probablemente el reconocimiento de las caras humanas y el de los animales (al menos los que nos son familiares) comparten los mismos mecanismos en nuestro cerebro. Desde el punto de vista evolutivo, es evidente que reconocer las especies del entorno –fuesen salvajes o domésticas, potenciales presas o depredadores– tuvo gran importancia para nuestra supervivencia. En todo caso, las raíces cognitivas y neurológicas que explican esta ilusión son sin duda muy antiguas.
Profesor Rafael I. Barraquer, oftalmólogo y director médico del Centro de Oftalmología Barraquer.